En la poesía que se rige por rigurosos esquemas métricos, cada verso se define por el número de sílabas que tiene. Para medirlos, hay que saber que existen sílabas fonéticas y sílabas métricas o rítmicas, que no siempre coinciden. En un verso como “Caminante, son tus huellas” (Antonio Machado), hay ocho sílabas fonéticas y métricas. Pero en “al andar se hace camino”, del mismo poema, las nueve sílabas fonéticas se transforman en ocho métricas: se ha producido sinalefa (unión de la sílaba final de una palabra con la inicial de la siguiente) entre se y la sílaba ha. En otros casos, aunque con vacilaciones, si la vocal segunda es tónica o importa destacarla por razones sintácticas, se produce hiato: “Es su//amo un caballero” (Calderón de la Barca).
Pero también dentro de una misma palabra se pueden producir alteraciones de las sílabas fonéticas: hay sinéresis cuando se unen, formando sílaba métrica, vocales que normalmente no forman diptongo (“Trenza, veleta, poesía”, de Dámaso Alonso, donde poesía pierde una de sus cuatro sílabas por sinéresis de po + e); hay diéresis cuando se separan, por licencia métrica, vocales que habitualmente forman diptongo y se expresa mediante un signo diacrítico llamado crema (¨), como en “si me quiero tornar para hüiros” (Garcilaso de la Vega). Otras licencias interesantes, aunque menos frecuentes, son la sinafía (sinalefa entre final de verso llano y comienzo de otro en el que sobra una sílaba), como en “luego la tengo cobrada / y socorrida” (Jorge Manrique), donde gracias a este recurso se recompone la estructura de octosílabo y pie quebrado (tetrasílabo), y la compensación (unión de sílaba aguda final de un verso, terminada en consonante, con la primera sílaba, comenzada en consonante, del siguiente): “Cual nunca tuvo amador / ni menos la voluntad / de tal manera” (Jorge Manrique).
Esta última licencia tiene su explicación en una característica de la versificación española que también afecta al cómputo de las sílabas: la norma del final llano (en el ejemplo anterior de Jorge Manrique, lo que se lee, en realidad, es “voluntade”), lo que implica un acento forzoso en la penúltima sílaba de cada verso. Si éste termina en palabra llana, la medición no se altera: “libre como la mar la vela vuela” (Eduardo Chicharro) tiene 11 sílabas fonéticas y 11 métricas. Si los versos acaban en aguda, como en el siguiente proverbio de Antonio Machado: “Todo hombre tiene dos / batallas que pelear: / en sueños lucha con Dios; / y despierto, con el mar”, para restablecer la norma del final llano, en el cómputo debe añadirse una sílaba. El poema tiene cuatro versos octosílabos (obsérvese el hiato en “todo-hombre”).
Si el final del verso es una palabra esdrújula, la norma llana exige restar una sílaba: “y aquel andar inútil de muñeco mecánico” (Leopoldo Marechal), verso de 16 sílabas fonéticas y en realidad 14 métricas por la sinalefa del comienzo (“ia -quel”) y la terminación esdrújula.
1. Versos de arte menor y mayor; Por su número de sílabas los versos pueden ser de arte menor, hasta 8 sílabas, y de arte mayor, entre 9 y 11 por lo general, o más. De los endecasílabos a los de mayor cantidad de sílabas, se entiende que los versos son compuestos de dos o más de arte menor: 6 + 5 o 4 + 7 (endecasílabo), 7 + 7 (alejandrino), que se separan mediante la cesura, que impone una pausa semejante a la de final de verso. Desde el punto de vista métrico no existen en castellano versos monosílabos porque, al ser agudos, deben añadir una sílaba más y se vuelven, por tanto, bisílabos. Ejemplo: “La/cruz/da/luz/sin/fin” (César Vallejo), en el que a la peculiar combinación de bisílabos se unen las rimas agudas en A, U, I.
Cuando los versos adoptan un número fijo de sílabas o se combinan con el verso quebrado equivalente (octosílabo con tetrasílabo, endecasílabo con heptasílabo), lo que no es imprescindible para que el poema posea ritmo, se produce el llamado isosilabismo, frecuente en Francia e Italia. En la edad media española se dio también el fenómeno contrario, el anisosilabismo, que desapareció en los siglos XV y XVI, pero volvió a usarse en el siglo XX en la poesía de corte popular y en experiencias más preocupadas por la intensidad acentual.