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feminismo (historia hasta el siglo XX)

Ya desde los albores de la historia es patente el dominio del hombre en las distintas sociedades; puede suponerse que dicha situación se remonta al paleolítico y es resultado de la valoración de la caza como actividad fundamental (practicada sólo por hombres).
Las religiones monoteístas también apoyan la idea de que la mujer es por naturaleza más débil e inferior al hombre. En la Biblia, por ejemplo, Dios situó a Eva bajo la autoridad de Adán, y san Pablo pedía a las cristianas que obedecieran a sus maridos. De forma análoga, el hinduismo sostiene que una mujer virtuosa debe adorar a su marido y que el poder de su virtud servirá de protección a ambos. Todo ello deriva en que su educación se limite a aprender habilidades domésticas y no accedan a posiciones de poder. En el matrimonio tradicional, la mujer estaba destinada a dar hijos, principalmente varones, y a criarlos, así como a ocuparse de las tareas del hogar. En estas sociedades, la mujer casada adquiere el estatus de su marido y no cuenta con protección por malos tratos o abandono.
En la legislación romana, base de la sociedad occidental, la mujer era una posesión del marido y, como tal, no tenía control legal sobre su persona, sus recursos o sus hijos. De acuerdo con una doble moralidad, las mujeres respetables tenían que ser castas y fieles, a diferencia de los hombres, a quienes no se les hacía este tipo de exigencias. En la edad media, bajo la legislación feudal, las tierras se heredaban por línea masculina e implicaban poder político, favoreciendo aún más la subordinación de la mujer.
Hubo, sin embargo, algunas excepciones en la antigua Babilonia y en Egipto, donde las mujeres tenían derecho a la propiedad. En la Europa medieval, por ejemplo, podían formar parte de los gremios artesanos. Algunas mujeres ostentaban autoridad religiosa, como las chamanes o curanderas siberianas y las sacerdotisas romanas. En ocasiones, incluso, las mujeres ostentaban autoridad política, como las reinas egipcias y bizantinas, las madres superioras de los conventos medievales y las mujeres de las tribus iroquesas encargadas de designar a los hombres que formarían parte del consejo del clan. Algunas mujeres instruidas lograron destacar en la antigua Roma, en China y durante el renacimiento europeo.

El movimiento feminista nació en los albores de la lucha por la igualdad y la emancipación, después de la independencia de Estados Unidos (1776), la Revolución Francesa (1789) y las demás revoluciones liberal-burguesas. En la Francia revolucionaria los clubes republicanos de mujeres pedían que los objetivos de libertad, igualdad y fraternidad se aplicaran también a las mujeres. En Inglaterra, Mary Wollstonecraft publicó en 1792 Vindicación de los derechos de la mujer, el primer libro feminista que pedía la igualdad en un tono decididamente revolucionario.
Con la Revolución Industrial el declive de los trabajos manuales (realizados desde la antigüedad por las mujeres de forma gratuita) en pos de la producción mecanizada a gran escala permitió que las mujeres accedieran al trabajo en las fábricas, pero en condiciones paupérrimas: se transformaron en mano de obra barata que sufría con frecuencia abusos por parte de los empleadores. Al mismo tiempo, se consideraba que las mujeres de clase media y alta debían permanecer en casa como símbolo decorativo del éxito económico de sus maridos. La única alternativa para las mujeres respetables de cualquier clase era el trabajo como profesoras, vendedoras o doncellas. En Europa surgieron algunos grupos feministas que no tuvieron gran repercusión, y la Iglesia católica se opuso a ellos argumentando que destruía la familia patriarcal. En los países agrícolas se mantenían las ideas tradicionales, y en las sociedades industriales las reivindicaciones feministas tendían a ser sofocadas por el movimiento socialista.
El feminismo tuvo mayor aceptación en Gran Bretaña, protestante en su mayor parte y pionera en la industrialización, y en Estados Unidos. Sus dirigentes eran mujeres cultas y reformistas de la clase media. En 1848 más de 100 personas celebraron en Seneca Falls, Nueva York, la primera convención sobre los derechos de la mujer. Dirigida por la abolicionista Lucretia Mott y la feminista Elizabeth Cady Stanton, solicitaba la igualdad de derechos, incluido el derecho de voto, y el fin de la doble moralidad. Las feministas británicas se reunieron por primera vez en 1855. La publicación en 1869 de Sobre la esclavitud de las mujeres, de John Stuart Mill (basado en gran medida en las conversaciones mantenidas con su mujer Harriet Taylor Mill), atrajo la atención del público hacia la causa feminista británica, sobre todo en lo relativo al derecho de voto.

Hasta finales del siglo XIX y bien entrado el XX no se incluyó este derecho en las Constituciones de países occidentales. En España, por ejemplo, se concedió en 1932, durante la II República; en Francia, en 1944; en Suiza, en 1971. Hoy, países como Jordania y Arabia Saudí no contemplan en su legislación el derecho al voto para la mujer.

Después de los procesos revolucionarios en Rusia (1917) y China (1949), los nuevos gobiernos comunistas abandonaron el sistema patriarcal de familia y apoyaron la igualdad de los sexos y el control de la natalidad. Sin embargo, en la Unión Soviética la mayor parte de las trabajadoras realizaban trabajos mal remunerados y estaban escasamente representadas en el partido y en los consejos del gobierno. Las técnicas de control de natalidad eran poco eficaces, y las madres trabajadoras eran también en gran parte responsables del cuidado del hogar y de los hijos. China, aunque mantenía una mayor fidelidad a sus ideas revolucionarias oficiales, no corrigió la discriminación laboral hacia las mujeres.

El movimiento feminista moderno, también denominado Segunda Ola, cuenta entre sus bases teóricas y reivindicativas con una serie de textos fundamentales: El segundo sexo (1949), de Simone de Beauvoir, y La mística de la feminidad (1963), de Betty Friedan, se cuentan sin duda entre ellos. Posteriormente, hubo otras autoras que aportaron sus escritos para apuntalar el movimiento. Algunos ejemplos son La dialéctica del sexo (1970), de Shulamith Firestone; La mujer eunuco (1970), de Germaine Greer; La condición de la mujer (1971), de Juliet Mitchell; Política sexual (1971), de Kate Millett; Ginecología (1979), de Mary Daly. Textos posteriores, como El mito de la belleza (1990), de Naomi Wolf o Reacción: la guerra no declarada contra la mujer moderna (1991), de Susan Faludi, alertaban contra una eventual reacción antifeminista que intentaría anular las batallas ganadas en otras épocas.

Más importante aún para la evolución femenina en el siglo XX fue la autorización en Estados Unidos, el 18 de agosto de 1960, de la comercialización de la píldora anticonceptiva. Supuso un avance muy relevante para la libertad sexual femenina y el control de la natalidad y de su cuerpo. Fue en esa década cuando los cambios en los patrones demográficos, económicos y sociales de los países occidentales favorecieron la aparición de un feminismo que se centraba en aspectos ligados a la condición sociocultural de la mujer. El descenso de los índices de mortalidad infantil, la mayor esperanza de vida y los anticonceptivos liberaron en gran parte a la mujer de las responsabilidades relativas al cuidado de los hijos. Todo ello, junto con la inflación (que significaba que muchas familias necesitaran dos salarios para solventar el crecimiento desorbitado de los precios) y un índice mayor de divorcios, propició que acudieran al mercado de trabajo un número mucho mayor de mujeres.

Esta nueva etapa cuestiona las instituciones sociales y los valores morales apoyándose en determinados estudios científicos que sostenían que la mayor parte de las diferencias entre el hombre y la mujer no eran biológicas sino culturales. A finales de la década de 1960 y principios de la de 1970, las feministas organizaron grupos pro derechos de la mujer, haciendo gran hincapié en la concienciación (un proceso de prueba y discusión) de la mujer. Los objetivos del movimiento feminista incluían igualdad de salario a trabajo igual, ayuda estatal para el cuidado de los niños, reconocimiento de los derechos de las lesbianas, legalización del aborto y un análisis profundo de problemas sociales como la violación, los malos tratos y la discriminación de las mujeres mayores y de minorías. Últimamente están en estudio las implicaciones legales de las nuevas técnicas de reproducción y el acoso sexual en el trabajo.

A lo largo de la historia, el movimiento feminista ha conseguido grandes logros. En la mayoría de los países, la mujer puede votar y ocupar cargos públicos. En muchos estados, ha conseguido nuevos derechos y un mayor acceso a la educación y al mercado laboral. Sin embargo, la llegada de la industrialización en los países no occidentales ha destruido algunas medidas económicas tradicionales favorables a la mujer, y el auge del fundamentalismo religioso (por ejemplo, en el mundo islámico) ha producido rebrotes de las prácticas opresivas contra las mujeres. Los movimientos feministas en los países en vías de desarrollo han intentado mejorar el estatus social de la mujer a través de campañas contra los códigos legales y sociales discriminatorios como el purdah (aislamiento de mujeres) en Arabia y en las sociedades islámicas y el sistema de dotes en India, oponiéndose a prácticas como la ablación o mutilación genital femenina. En África, donde más de dos terceras partes de los alimentos del continente son producidos por mujeres, se han adoptado medidas de formación específicas y preparación en tecnología agrícola.

La Organización de las Naciones Unidas proclamó 1975 como Año Internacional de la Mujer, a la vez que se iniciaba un programa denominado Década para la Mujer; en 1975, 1980, 1985 y 1995 se celebraron importantes conferencias mundiales. También se estableció el 8 de marzo como día Internacional de la Mujer Trabajadora, conmemorando la muerte de 129 trabajadoras en la ciudad de Nueva York cuando la fábrica textil Cotton, donde se encerraron para pedir mejoras laborales, fue incendiada por su propietario en 1908. Según datos del Banco Mundial sobre la situación actual de la mujer a nivel global, aquellos países con menores diferencias entre hombres y mujeres en campos como la educación, el empleo y los derechos de propiedad experimentan un crecimiento económico más rápido y presentan tasas más bajas de malnutrición y mortalidad infantil.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) señala que el 70% de los 1.300 millones de pobres absolutos del mundo son mujeres. Respecto de los desafíos laborales, la OIT es tajante: se estima que la labor no remunerada de la mujer en el hogar representa un tercio de la producción económica mundial; de las mujeres en edad de trabajar, tan sólo lo hace un 54%, frente al 80% de los hombres; también desempeñan la mayor parte de los trabajos mal pagados y menos protegidos. Globalmente, las mujeres ganan entre un 20 y un 30% menos que los hombres y desempeñan tan solo el 1% de los cargos directivos. La desigualdad se extiende también al campo educativo: dos terceras partes de los 876 millones de analfabetos del mundo son mujeres, según Naciones Unidas; muchas de ellas no cuentan con mínimas condiciones higiénicas a la hora de dar a luz.

En los últimos años la participación de la mujer en cargos políticos ha sido notoria, aunque sigue siendo inferior al porcentaje de hombres en las mismas funciones. Si bien han destacado puntualmente como presidentas, casos destacados son los de Angela Merkel, en Alemania; Ellen Johnson-Sirleaf, en Liberia; y Michelle Bachelet, en Chile, en 2006 el porcentaje femenino del total de 41.845 parlamentarios en el mundo era tan sólo el 14,6% (según cifras de la Unión Interparlamentaria, UIP).