El conjunto de obras de arte de Japón desde el asentamiento de los primeros habitantes (alrededor del 10.000 a.C.), históricamente, ha estado sujeto a súbitas invasiones de ideas nuevas procedentes del extranjero, seguidas por largos periodos de mínimo contacto con el mundo exterior; a lo largo del tiempo, los japoneses han desarrollado la habilidad de absorber, imitar y hacer suyos los elementos de culturas extranjeras que servían para complementar sus preferencias estéticas.
Las manifestaciones artísticas más antiguas que se desarrollaron en Japón datan de los siglos VII y VIII y están relacionadas con el budismo. En el siglo IX Japón empezó a abandonar la influencia china y a desarrollar formas de expresión propias. De manera paulatina fue cobrando importancia el arte profano, que continuó floreciendo, junto al arte religioso, hasta finales del siglo XV. A raíz de la guerra de Onin (1467-1477) el país entró en un periodo de desorganización política, social y económica que se prolongó durante casi un siglo. Bajo el mandato de la dinastía Tokugawa (o periodo Edo, 1603-1867) disminuyó el protagonismo de la religión en la vida diaria y las artes que se cultivaron fueron básicamente las artes profanas.
El pincel es el medio de expresión artística preferido de los japoneses. Su uso es especialmente notable en las artes de la pintura y la caligrafía japonesas, que se practican tanto de forma profesional como aficionada. Hasta los tiempos modernos siempre se ha utilizado el pincel, y no la pluma, para escribir. La escultura era a ojos de los artistas un medio de expresión mucho menos eficaz; la mayor parte de ella está relacionada con la religión, por lo que su importancia disminuyó con la decadencia del budismo tradicional. Por el contrario, la cerámica japonesa es una de las más bellas del mundo y, de hecho, a esta modalidad artística pertenecen muchos de los objetos japoneses más antiguos que se conocen. En cuanto a la arquitectura, revela claramente las preferencias japonesas por los materiales naturales así como la interacción del espacio interior y del exterior.
La principal característica del arte japonés es su polaridad. Por ejemplo, en la cerámica de los periodos prehistóricos, la exuberancia dio paso a un arte disciplinado y refinado. De la misma manera, hay dos tendencias en el siglo XVI radicalmente distintas: el palacio de Katsura, cerca de Kioto, es una muestra de la sencillez de líneas, en la que destacan la delicada utilización de la madera y la integración en los jardines circundantes, que realzan la belleza del edificio; por contraste, el templo-santuario mausoleo de Toshogu en el monte Nikkō es una estructura rígidamente simétrica con relieves coloreados que cubren toda la superficie visible. El arte japonés es apreciado no sólo por su simplicidad sino también por la exuberancia de su colorido, y ha ejercido una considerable influencia sobre la pintura y la arquitectura occidentales de los siglos XIX y XX respectivamente.
– Arte Jamon y Arte Yayoi; La primera civilización importante fue la de los Jomon (en japonés, “huella de cuerdas”, c. 10000-300 a.C.). Se caracteriza por la fabricación de figuritas de arcilla llamadas dogu y vasijas decoradas con motivos que recuerdan a una cuerda, lo que dio origen a su nombre. Era una cultura de cazadores y agricultores que vivían en pequeñas comunidades en casas de madera o de paja, construidas en hoyos poco profundos para aprovechar el calor del suelo. Los utensilios Jomon, que suelen tener complicadas formas flamígeras, son las piezas de cerámica conocidas más antiguas del mundo. La siguiente oleada de inmigrantes fue la del pueblo Yayoi, que toma su nombre del barrio de Tokio donde se encontraron los primeros vestigios de sus asentamientos. Llegaron a Japón hacia el año 300 a.C. y aportaron sus conocimientos en materia de cultivo del arroz mediante el riego, técnicas de metalistería para la fabricación de armas de cobre (doboko) y de campanas de bronce (dotaku), y fabricación de objetos de cerámica modelados con el torno y cocidos en el horno.
– Arte Kofun o Arte de los Grandes Túmulos; La tercera etapa de la prehistoria japonesa es el periodo Kofun o de los grandes túmulos (c. 300-710 de nuestra era). Se llama así por la construcción de imponentes estructuras de un enorme volumen. La mayor de todas, la tumba de Nintoku, tiene unos 460 m de largo y más de 30 m de alto. Esta etapa representa un cambio con respecto a la cultura Yayoi, que se puede atribuir tanto al desarrollo interno como a la activación exterior. En este periodo diversos pueblos pactaron alianzas políticas y se fundieron en una sola nación. Los objetos artísticos de la época son los espejos de bronce (símbolos de las alianzas políticas) y las esculturas de arcilla llamadas haniwa, que se levantaban en el exterior de las tumbas.
– Arte Asuka y Arte Nara; Durante los periodos Asuka y Nara, llamados así porque sus gobiernos estuvieron asentados en el valle de Asuka desde el año 593 hasta el 710 y en la ciudad de Nara hasta el año 794, se produjo en Japón la primera influencia importante de la cultura procedente del continente asiático. La introducción del budismo en el año 552 desde Corea proporcionó el empuje inicial para los contactos entre Corea, China y Japón. Los japoneses advirtieron que la cultura china tenía muchas facetas que podían ser incorporadas a la suya propia de forma provechosa: un sistema para expresar las ideas y los sonidos por medio de símbolos escritos, la historiografía, complejas teorías de gobierno, así como una eficaz burocracia y, lo más importante para el arte, una avanzada tecnología, nuevas técnicas de construcción, métodos muy perfeccionados para fundir en bronce y nuevas técnicas y materiales de pintura. Sin embargo, durante los siglos VII y VIII, el principal foco de contacto entre Japón y el continente asiático fue el budismo. No todos los especialistas están de acuerdo en la periodización y en la nomenclatura adecuada para designar las diferentes etapas entre el año 552, fecha oficial de la introducción del budismo en Japón, y el año 784, en que se trasladó la capital de Nara.
Las primeras construcciones budistas que aún se conservan en Japón (los edificios de madera más antiguos del Lejano Oriente) se encuentran en el templo de Horyu-ji, un complejo religioso al suroeste de Nara. El monasterio, construido en los comienzos del siglo VII como templo privado del regente Shotoku Taishi, consta de 41 pabellones independientes. De entre ellos, los más importantes (el salón de culto principal o kondo, salón dorado, y la gojunoto, pagoda de cinco plantas) están en el centro de una zona abierta rodeada de un claustro cubierto. El kondo, al estilo de las salas de culto chinas, es una construcción de dos plantas, con postes y vigas, coronada por un irimoya o tejado de cuatro aguas de azulejos. Dentro del kondo, en una amplia plataforma rectangular, se encuentran algunas importantes esculturas del periodo. La imagen central es una figura de bronce realizada por Tori Busshi (activo a principios del siglo VII) en homenaje al recientemente desaparecido regente Shotoku, que representa a la trinidad Shaka (623), compuesta por el Buda histórico flanqueado por dos bodhisattvas (santos budistas). En las cuatro esquinas de la plataforma están situados los reyes guardianes de las cuatro direcciones, tallados en madera hacia el año 650. También en el Horyu-ji se encuentra la capilla Tamamushi (copia en madera de un kondo), situada en alto sobre una base de madera decorada con figuras pintadas con pigmentos minerales mezclados con laca.
En el siglo VIII la construcción de templos se centraba en Nara, alrededor de Todai-ji, el complejo religioso más ambicioso levantado en los primeros siglos de culto budista, como sede central de una red de templos situados en cada una de las provincias. El Buda de 16,2 m (terminado en el 752) que está ubicado en el salón principal, o Daibutsuden, simboliza la esencia del budismo, de la misma manera que el Todai-ji representa la observancia religiosa apoyada por el estado y su diseminación por todo Japón. Sólo quedan algunos fragmentos de la estatua original y tanto el salón como el Buda que se pueden contemplar en la actualidad son reconstrucciones del periodo Edo. Alrededor del Daibutsuden, en la suave ladera de una colina, se agrupan varios pabellones secundarios: el hokkedo (salón del Loto Sutra), con su imagen principal, el Fukukenjaku Kannon (el bodhisattva más popular), realizado en laca seca (tejido empapado en laca y moldeado sobre un armazón de madera); el kaidanin (salón de Ordenaciones) con sus magníficas estatuas de arcilla representando a los cuatro reyes guardianes; y el almacén, llamado shosoin. Este último pabellón tiene gran importancia para la historia del arte pues en él se guardan los utensilios que se emplearon en la ceremonia de dedicación del templo, así como documentos oficiales y muchos objetos profanos que pertenecieron a la familia imperial.
– Arte Heian; En el año 794 la capital del Japón se trasladó oficialmente a Heian-kyo (hoy Kioto), donde permaneció hasta 1868. El periodo Heian abarca desde el 794 hasta el 1185, año en que terminó la Guerra Gempei. A partir de entonces el periodo se divide en Heian primitivo y Heian posterior, siendo fundamental el año 894, fecha de retirada de las embajadas imperiales de China. El siguiente periodo toma el nombre de Fujiwara (866-1160), a la sazón la familia más poderosa del país, cuyos miembros gobernaban como regentes del emperador.
1. Arte Heian primitivo; Como reacción ante la creciente riqueza y poder del budismo organizado en Nara, el sacerdote Kukai (denominado póstumamente Kobo Daishi), viajó a China para estudiar el Shingon, una variedad de budismo más riguroso, que introdujo en Japón en el 806. La base del culto Shingon son los mandala o diagramas del universo espiritual: el kongo-kai, o mapa de los innumerables mundos del budismo, y el taizo-kai, o representación pictórica de los reinos del universo budista. Los templos de esta nueva secta fueron levantados en las montañas, lejos de la corte y de la mundana capital. La irregularidad del terreno obligó a los arquitectos a replantear la construcción de templos y, al hacerlo, eligieron elementos de decoración más autóctonos. En los tejados utilizaron la corteza de ciprés en lugar de los azulejos, la tarima de madera sustituyó a los suelos de tierra y delante del santuario principal se añadió una zona separada destinada al culto de los seglares. El templo que mejor refleja el espíritu de los santuarios Shingon del Heian primitivo es el Muro-ji (principios del siglo IX), escondido en un bosque de cipreses en una montaña al sureste de Nara. Allí, en una construcción secundaria, se encuentra una imagen típica de la escultura del periodo, que representa a Shaka, el Buda histórico, con el enorme cuerpo cubierto por los gruesos pliegues de su ropaje y una expresión de reserva en su rostro.
2. Arte Fujiwara; En el periodo Fujiwara se extendió la secta de la Tierra Pura, que ofrecía una salvación fácil por medio de la fe en Amida (el Buda del paraíso occidental). No se necesitaba nada más: ni templos, ni monasterios, ni rituales, ni clero. Paralelamente, entre la nobleza de Kioto se desarrollaba una sociedad refinada y entregada al cultivo de una estética elegante. Su mundo era tan seguro y tan bello que no podían concebir que el paraíso fuera muy distinto. El salón de Amida, que aglutinaba lo profano con lo religioso, cuenta con alguna imagen de Buda en el interior de una construcción que parece una mansión noble. El ejemplo más característico de los salones Amida de la era Fujiwara es el Ho-o-do (salón del Fénix, terminado en 1053) del templo Byodo-in, en Uji, al sureste de Kioto. Está formado por una estructura principal rectangular flanqueada por dos corredores laterales y uno trasero situado al borde de un gran estanque. Dentro, en una plataforma elevada, hay una imagen dorada de Amida (c. 1053), realizada por Jocho, responsable de la aplicación de un nuevo canon de proporciones y una nueva técnica (yosegi) consistente en múltiples piezas de madera esculpidas a modo de conchas y unidas desde el interior. En las paredes del salón hay pequeños relieves que representan a los seres celestiales que según la creencia acompañaban a Amida cuando bajaba del paraíso occidental para recoger a las almas de los creyentes en el momento de su muerte y transportarlas en capullos de loto al paraíso. En las puertas de madera hay representaciones pictóricas del Raigo (descendimiento del Buda Amida) con paisajes de los alrededores de Kioto, que constituyen una muestra temprana del Yamato-e, estilo decorativo e ilustrativo que se desarrolló en ese periodo.
Durante el último siglo del periodo Heian empezaron a destacar los emaki, rollos horizontales que narraban historias ilustradas. Uno de los ejemplos más importantes de la pintura japonesa es La historia de Genji, que data de hacia 1130, donde se ilustra una historia escrita hacia el año 1000 por Murasaki Shikibu, dama de honor de la emperatriz Akiko, en la que cuenta la vida y amores del príncipe Genji y describe el mundo de la corte Heian después de su muerte. Los artistas del siglo XII que realizaron la versión emaki idearon un sistema de convenciones pictóricas que sirven para transmitir visualmente el contenido emocional de cada escena. En la segunda mitad del siglo se puso de moda un estilo de ilustración narrativa continua, diferente y más vivo, como el rollo Ban Dainagon Ekotoba (finales del siglo XII, Colección Sakai Tadahiro), en el que se narra una intriga en la corte y en el que resaltan las figuras en movimiento plasmadas por medio de pinceladas rápidas en colores claros pero vibrantes.
– Arte Kamakura; En 1180 estalló la guerra civil, la Guerra Gempei entre dos clanes militares, los Taira y los Minamoto; cinco años más tarde, Minamoto Yorimoto, a la cabeza de su facción, conseguía la victoria y establecía su gobierno en el pueblo costero de Kamakura, donde permaneció hasta 1333. Con el traspaso de poderes de la nobleza a la clase guerrera, el arte debía ponerse al servicio de un público nuevo: los soldados, los hombres dedicados a las técnicas y oficios relacionados con la guerra, los sacerdotes encargados de difundir el budismo entre los plebeyos iletrados y también a los miembros más conservadores de la sociedad, entre los que se hallaba la nobleza y algunos religiosos que lamentaban el debilitamiento del poder de la corte. Todas estas circunstancias confluyeron en el arte del periodo Kamakura, que se caracteriza por su mezcla de realismo, tendencia hacia lo popular y resurgimiento de lo clásico.
1. Escultura; Un estilo de escultura más realista y dinámico fue creado por la escuela de Kei, especialmente por Unkei, cuya factura queda patente en los dos guardianes (1203) de la gran puerta sur del Todai-ji de Nara. Estas estatuas, de unos 8 m de altura, fueron talladas en numerosos bloques durante un periodo de tres meses, hecho que indica que existía un taller de artesanos que trabajaban a las órdenes de un maestro escultor. La técnica de los bloques múltiples permitía construir grandes estatuas sin peligro de resquebrajamiento de la madera. Entre las obras más realistas de la época destacan las esculturas de madera policromada de Unkei (1208, Kofuku-ji, Nara) que representan a los dos sabios indios Muchaku y Seshin, legendarios fundadores de la secta Hosso y que, como es habitual en la obra de este artista, son imágenes muy singulares y de gran credibilidad.
2. Caligrafía y pintura; El Kegon Engi Emaki (historia ilustrada de la fundación de la secta Kegon) es un excelente ejemplo de la tendencia de la pintura Kamakura hacia lo popular. La secta Kegon, una de las más importantes del periodo Nara, atravesó momentos difíciles durante el dominio de las sectas de la Tierra Pura. Resurgió después de la Guerra Gempei (1180-1185) gracias al sacerdote Myo-e del Kozan-ji, quien pretendía además crear un refugio para las viudas de guerra. Los conocimientos de las esposas de los samurái, aún siendo nobles, se limitaban al silabario nativo para la transcripción de sonidos e ideas y la mayoría de ellas tenían dificultades con los textos que empleaban ideogramas chinos. Por ello, el Kegon Engi Emaki es una combinación de textos, escritos con la mayor cantidad posible de sílabas de fácil lectura, y de ilustraciones en las que los diálogos entre los personajes están escritos al lado del orador, siguiendo una técnica comparable a las tiras cómicas de hoy. Narra las vidas de los dos sacerdotes coreanos fundadores de la secta con una trama ágil, llena de hechos fantásticos, como un viaje al palacio del rey del Océano, y una desgarradora historia de amor. Una obra que sirve de ejemplo al estilo más conservador es la versión ilustrada del diario de Murasaki Shikibu. Aún se seguían haciendo versiones emaki de su novela, pero la nobleza, que aunque adaptada al nuevo interés por el realismo sentía nostalgia por las pasadas épocas de riqueza y poder, recuperó el diario y lo ilustró para hacer revivir el esplendor de los tiempos de la autora. Uno de los pasajes más bellos ilustra el episodio en el cual dos jóvenes cortesanos juegan a mantener prisionera a Murasaki Shikibu en su habitación, mientras fuera la luna se refleja en las orillas cubiertas de musgo de un riachuelo que recorre el jardín imperial.
– Arte Muromachi; Durante el periodo Muromachi (1333-1568), llamado también periodo Ashikaga por ser éste el nombre del clan militar gobernante, se operó un profundo cambio en la cultura japonesa. El clan se hizo cargo del sogunado y volvió a instalar la sede del gobierno en la capital, en el distrito de Muromachi de Kioto, lo que significó el final de las tendencias populares del periodo Kamakura y la adopción de formas culturales de expresión más aristocráticas y elitistas. El budismo Zen, la secta Ch’an, que según la tradición fue fundada en China en el siglo VI, se introdujo en el Japón por segunda vez, y allí arraigó.
1. Pintura; Con las expediciones seglares y las misiones comerciales a China organizadas por los templos Zen, se incrementó en el Japón la importación de pinturas y objetos de arte chinos, que ejercieron una profunda influencia sobre los artistas japoneses que trabajaban para los templos Zen y para el sogunado, no sólo en lo relativo a los temas, sino en el uso del color, que pasó de la brillantez del estilo Yamato-e a los tonos monocromos característicos de la escuela china. Un ejemplo típico de la pintura primitiva Muromachi es la obra del sacerdote-pintor Kao (activo a principios del siglo XV) en la que representa al legendario monje Kensu (Hsien-tzu en chino) en el momento de su iluminación. Este tipo de pintura se realizaba con pinceladas rápidas y un mínimo de detalles. La obra Un hombre cogiendo un pez-gato (principios del siglo XV, Taizo-in, Kioto), del sacerdote-pintor Josetsu (activo hacia 1400) marca un hito en la pintura Muromachi. Ilustra una paradoja Zen, o koan, y originalmente estaba concebida para un biombo, pero se ha vuelto a montar bajo la forma de rollo colgante, acompañado de inscripciones de personajes contemporáneos, una de las cuales se refiere al cuadro como de “nuevo estilo”. Representa, en primer término, a un hombre a la orilla de un río, con una pequeña calabaza en la mano, mirando a una resbaladiza anguila de gran tamaño; la niebla invade el fondo y las montañas aparecen lejanas, en un segundo plano. Se supone que el “nuevo estilo” de la obra, realizada hacia 1413, se refiere al sentido de profundidad que se observa en el plano del cuadro. Los artistas más destacados del periodo Muromachi fueron los sacerdotes-pintores Shubun y Sesshu. En su obra Un sabio leyendo en una ermita en un bosque de bambúes (1446, Museo Nacional de Tokio) Shubun, monje en el Shokoku-ji de Kioto, crea un paisaje realista y una asombrosa sensación de profundidad. Sesshu, a diferencia de la mayoría de los artistas del periodo, pudo viajar a China y estudiar la pintura de ese país de las fuentes originales. Una de sus obras más notables es el Paisaje de las cuatro estaciones (Colección Mori, Yamaguchi) en la que representa un paisaje continuado a lo largo de las cuatro estaciones.
2. Arquitectura; Otra innovación importante de la época es la ceremonia del té y el lugar donde se celebraba; su finalidad era pasar el tiempo con los amigos amantes de las artes, liberando la mente de las preocupaciones de la vida cotidiana y tomar un té cuidadosamente preparado y servido con refinamiento y gusto exquisito en un precioso cuenco. Para las casas de té se adoptó la estética aparentemente simple de las viviendas rurales, dando preferencia a materiales naturales, como troncos de árboles para los muros exteriores y los tejidos de paja para las divisiones interiores.
– Arte Momoyama; En el periodo Azuchi-Momoyama (1568-1600), y después de casi un siglo de guerra, una sucesión de jefes militares intentó llevar la paz y la estabilidad política a Japón. Entre ellos se encontraban Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu, fundador de la dinastía que lleva su nombre. Oda Nobunaga alcanzó suficiente poder como para asumir el control del gobierno en 1568 y acabar, cinco años más tarde, con el último sogún Ashikaga. Hideyoshi tomó el mando después de la muerte de Oda, pero sus planes para el establecimiento de un sogunado hereditario fueron desbaratados por Ieyasu, quien instauró el sogunado Tokugawa en 1603.
1. Arquitectura; Como respuesta al clima militar de la época se desarrollaron dos nuevas formas de arquitectura: el castillo, construcción defensiva que, en tiempos convulsos, servía de alojamiento al señor feudal y a sus soldados, y el shoin, pabellón de recepción y zona de estudio privada que reflejaba las relaciones entre el señor y los vasallos dentro de la sociedad feudal. El castillo de Himeji (cuya forma actual data de 1609), conocido popularmente como castillo de la Garza Blanca, es una de las construcciones más bellas del periodo Momoyama, con sus tejados graciosamente curvados y sus tres torres accesorias alrededor del tenshu (o torre del homenaje). El Ohiroma del castillo de Nijo (siglo XVII), en Tokio, constituye un ejemplo clásico de shoin, con su tokonoma (nicho), la ventana que se abre sobre un cuidado jardín y las zonas claramente diferenciadas para los señores Tokugawa y sus vasallos.
2. Pintura; La escuela de pintura más importante del periodo Momoyama fue la de Kano y la mayor innovación de la época la constituyó la fórmula ideada por Kano Eitoku para decorar con paisajes monumentales las puertas correderas de los interiores de las viviendas. Los pintaba sobre un fondo de oro que iluminaba los oscuros interiores de los castillos y se complementaba muy bien con el carácter ostentoso de los aventureros militares de la época. La mejor muestra de su obra es quizá la decoración del pabellón principal, que da al jardín, del Juko-in, subtemplo del Daitoku-ji (templo Zen de Kioto). En las puertas correderas de dos esquinas diagonalmente opuestas, hay representados un imponente ciruelo y unos pinos gemelos cuyos troncos repiten las verticales de las columnas del rincón, mientras que sus ramas se extienden a derecha e izquierda unificando los paneles contiguos. El biombo realizado por Eitoku Leones chinos, que también se conserva en Kioto, denota el estilo pictórico, audaz y de brillante colorido, preferido por la clase samurái. Hasegawa Tohaku, coetáneo de Eitoku, desarrolló un estilo algo diferente y más decorativo para los biombos de gran tamaño. En su Biombo del arce, que se conserva actualmente en el templo de Chishaku-in, Kioto, el tronco del árbol aparece en el centro y las ramas se extienden casi hasta el borde, creando una composición más plana y menos arquitectónica que las de Eitoku, pero con un efecto suntuoso. Su biombo de seis hojas Pinar (Museo Nacional de Tokio) es una maravillosa representación de un bosque envuelto en la niebla, realizado con tinta monocroma.
– Arte del Periodo Edo; El sogunado Tokugawa del periodo Edo se hizo con el control absoluto del gobierno en 1603, comprometiéndose a aportar al país paz y estabilidad económica y política; en gran medida lo consiguió. El sogunado se mantuvo hasta 1867, en que se vio obligado a capitular al fracasar en las negociaciones y ante las presiones de las naciones occidentales para la apertura del país al comercio exterior. Una de las características dominantes del periodo Edo fue la política represiva del sogunado y los esfuerzos de los artistas por escapar de las medidas restrictivas, que llegaban a impedir la entrada de los extranjeros y de su cultura, y a imponer estrictos códigos de comportamiento que afectaban a todos los aspectos de la vida, como la elección de cónyuge y otras actividades. Durante los primeros años del periodo Edo todavía no se había dejado sentir con toda su fuerza el poder de los Tokugawa. De esa época son el palacio imperial de Katsura, en Kioto, y las pinturas de Sotatsu, pionero de la escuela de Rimpa, que constituyen bellos ejemplos del estilo arquitectónico y pictórico japonés.
1. Arquitectura; El palacio imperial de Katsura combina elementos de la arquitectura clásica japonesa con elementos innovadores; todo el conjunto está rodeado de un bello jardín con senderos para pasear.
2. Pintura; Sotatsu desarrolló un magnífico estilo decorativo con el que recreaba temas de la literatura clásica que ilustraba con figuras de brillantes colores y motivos de la naturaleza sobre fondos de pan de oro. Una de sus obras más bellas es la pareja de biombos titulada Olas en Matsushima (Freer Gallery of Art, Washington D. C.). Un siglo más tarde Korin Ogata retomó el estilo de Sotatsu y lo adaptó a arte creando obras de gran riqueza visual, entre las que destacan las pinturas de biombos con flores de ciruelo rojas y blancas.
3. Grabados en madera; La escuela artística más conocida en Occidente es la de Ukiyo-e, de pintura y de grabados en madera, cuyos temas centrales son la vida de las cortesanas, el mundo del teatro kabuki y el barrio de los burdeles. Los primeros grabados de Ukiyo-e datan de finales del siglo XVII, pero la estampa más antigua en color fue realizada por Harunobu en 1765. Los grabadores de las siguientes generaciones, como Torii Kiyonaga y Utamaro, representaron escenas cortesanas elegantes para las que emplearon un agudo sentido de la observación. El principal exponente del estilo Ukiyo-e en el siglo XIX fue Hokusai, quien dedicó su larga vida a pintar y a grabar con maestría paisajes, figuras y todo tipo de escenas, destacando La ola, que forma parte de las Treinta y seis vistas del monte Fuji, quizá una de las obras más conocidas del arte japonés. Entre sus coetáneos destaca Hiroshige, autor de preciosos grabados de paisajes románticos. Los curiosos ángulos y formas a través de los cuales veían el paisaje Hokusai e Hiroshige, junto con la obra de Kiyonaga y Utamaro en la que resaltaban los planos lisos y fuertes contornos lineales, ejercieron una profunda influencia en artistas occidentales como Edgar Degas y Vincent van Gogh. Mientras la escuela Ukiyo-e se decantaba por representaciones que se escapaban de las restricciones del sogunado Tokugawa, los artistas de la escuela Bunjinga se inclinaban por la cultura china y basaban su estilo en las obras de los pintores académicos chinos. A esta última escuela pertenecen Ike no Taiga, Yosa Buson, Tanomura Chikuden y Yamamoto Baiitsu.
– Arte del siglo XIX; En los años que siguieron a 1867, fecha de la subida al trono del emperador Meiji Tenno, Japón volvió a ser invadido por formas de cultura nuevas procedentes del exterior.
1. Pintura; La primera reacción de los japoneses ante esta nueva situación fue de sincera aceptación, y en 1876 se inauguró la Escuela de Artes tecnológicas, con profesores italianos que enseñaban las técnicas occidentales. La segunda reacción fue un rechazo hacia lo occidental, encabezado por Okakura Kakuzo y por el estadounidense Ernest Fenollosa, quienes alentaban a los artistas japoneses a conservar los temas y las técnicas tradicionales, si bien creando obras más acordes con el gusto contemporáneo. De estos dos polos de la teoría artística surgieron los estilos Yoga (pintura al estilo occidental) y Nihonga (pintura japonesa), que siguen vigentes en la actualidad.
2. Arquitectura; La necesidad de reconstruir el Japón a raíz de la II Guerra Mundial constituyó un fuerte estímulo para los arquitectos japoneses y los edificios de hoy compiten con los mejores del mundo en cuanto a tecnología (resistentes a los terremotos) y concepto formal. El arquitecto más conocido de la primera generación de la posguerra es Kenzo Tange, constructor de dos pequeños estadios (1964) para los Juegos Olímpicos de Tokio, caracterizados por su elegancia y por la disposición de las cubiertas suspendidas. Figuras posteriores como Isozaki Arata y Tadao Ando han aportado una presencia japonesa más fuerte y significativa en el panorama de la arquitectura internacional.