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religión sumeria

Las creencias religiosas de los pueblos del antiguo Sumer. Los sumerios creían que el universo estaba gobernado por un panteón que abarcaba un grupo de seres vivientes, de forma humana pero inmortales y poseedores de poderes sobrehumanos. Estos seres, según creían, eran invisibles a los ojos mortales y guiaban y controlaban el cosmos según un plan prefijado y leyes rigurosamente prescritas.
Los sumerios tenían cuatro divinidades fundamentales, conocidas como los dioses creadores. Estos dioses eran An, el dios del cielo; Ki, la diosa de la tierra; Enlil, el dios del aire; y Enki, el dios del agua. Cielo, tierra, aire y agua se consideraban los cuatro componentes más importantes del Universo. El acto de creación, sostenían, implicaba el cumplimiento cabal de la palabra divina; la divinidad creadora solamente tenía que pensar en su designio o proyecto y pronunciar el nombre de la cosa que se pretendía crear. Para mantener el cosmos en un movimiento continuo y armonioso y evitar la confusión y el conflicto, los dioses concebían el me, una serie de reglas y leyes universales e inmutables que todos los seres estaban obligados a obedecer.
Próximas en importancia a las deidades creadoras estaban las tres divinidades celestiales: Nanna, dios de la luna; Utu, el dios sol; e Inanna, la reina de los cielos. Inanna era también la diosa del amor, la procreación y la guerra. Nanna era el padre de Utu e Inanna. Los poetas sumerios compusieron numerosos mitos sobre las hazañas de Inanna. Otro dios de gran importancia era Ninurta, la divinidad a cargo del violento y destructivo viento del sur. Uno de los dioses más queridos era el dios pastor Dumuzi, el bíblico Tamuz. Dumuzi era originalmente un gobernante mortal cuya boda con Inanna aseguró la fertilidad de la tierra y la fecundidad procreadora. Esta boda, sin embargo, según un mito cuyo desenlace ha salido hace poco a la luz, acaba en una completa tragedia cuando la diosa, ofendida por la insensible conducta hacia ella, le impuso la obligación de encargarse del otro mundo durante seis meses al año: de ahí los meses áridos y estériles del caluroso verano. En el equinoccio de otoño, que señala el comienzo del nuevo año sumerio, Dumuzi volvía a la tierra. El reencuentro con su mujer hacía que toda la vida animal y vegetal se revitalizara y se hiciera fértil una vez más. Cada año nuevo, los sumerios celebraban la boda entre Dumuzi e Inanna. El momento culminante de la celebración era una unión ritual en la que el rey encarnaba a Dumuzi; a Inanna la encarnaba una de sus sacerdotisas principales.

Otros dioses sumerios eran los encargados de los ríos, las montañas y las llanuras; de las ciudades, campos y granjas; y de útiles tales como piquetas, moldes de ladrillos y arados. Cada una de las divinidades importantes era patrona de una o más ciudades importantes sumerias. Se construyeron grandes templos en nombre del dios, que era venerado como el divino regidor y protector de la ciudad. Los ritos del templo estaban a cargo de muchos sacerdotes, sacerdotisas, cantantes, músicos, prostitutas sagradas y eunucos. Diariamente se ofrecían sacrificios.
Los sumerios creían que los seres humanos estaban hechos de barro y que el propósito de su creación era abastecer a los dioses con comida, bebida y protección, para que pudiesen dedicar todo el tiempo libre a sus actividades divinas. La vida era considerada como el bien más preciado de la humanidad, aunque sometida a la amenaza de la incertidumbre y la inseguridad. Según la creencia sumeria, cuando los seres humanos morían, sus espíritus descendían al mundo inferior, donde la vida es más desgraciada que sobre la tierra.