Los babilonios tenían la concepción de un panteón formado por seres de forma humana, pero con unos poderes y una inmortalidad sobrehumanos. Cada uno de ellos, a pesar de ser invisible al ojo humano, regía sobre una parte específica del cosmos, aunque fuera pequeña, y la manejaba de acuerdo con planes muy bien estudiados y leyes debidamente ordenadas. Cada uno estaba a cargo de uno de los grandes reinos del cielo, la tierra, el mar y el aire; o de uno de los mayores cuerpos astrales como el sol, la luna y los planetas; o dentro del dominio terrestre, de entidades naturales como ríos, montañas y planicies, y de entidades sociales, como ciudades y países. Incluso las herramientas y otros instrumentos tales como una piqueta, moldes de ladrillos y el arado, estaban a cargo de deidades especiales y definidas. Finalmente, cada babilonio tenía un dios personal, algo parecido a un dios ángel bueno, a quien se le rezaba y a través del que se podía lograr la salvación.
Al frente de esta multitud de reyes divinos, estaba Marduk, el dios tribal amorreo, quien antes del gobierno de Hammurabi, en los siglos XVIII y XVII a.C., había tenido un papel secundario y relativamente sin importancia en la vida religiosa de la zona. De acuerdo con el poema de la mitología babilónica, conocido en la literatura universal con el nombre de Enuma elish (“Cuando en la parte superior”, sus dos palabras iniciales), a Marduk se le concedía el liderazgo del panteón y “el reinado sobre todo el Universo” como premio por haber vengado a los dioses al vencer a Tiamat, la desafiante y salvaje diosa del caos y a sus monstruosos seguidores. Después de la victoria, Marduk rediseñó el cielo y la tierra, ordenó y reguló los planetas y las estrellas, y creó la especie humana.
Dentro del grupo de dioses babilonios más importantes, además de Marduk, figuran Ea, el dios de la sabiduría, de los hechizos y conjuros; Sin, el dios luna, cuyos templos principales estaban en Ur y Harran, dos ciudades asociadas en la Biblia con el patriarca hebreo Abraham; Samas, el dios sol y de la justicia, quien aparece representado en el Código de Hammurabi; Istar, la ambiciosa, dinámica y cruel diosa del amor y de la guerra; Adad, el dios de la tormenta, los vientos y las inundaciones; y Nabu, el hijo de Marduk, el escribano y vocero de los dioses, cuyo culto llegó a rivalizar con el de su padre en cuanto a popularidad. Además de los dioses del cielo, se hallaban los dioses de los mundos inferiores, así como una gran variedad de demonios, diablos y monstruos, quienes estaban amenazando constantemente a la humanidad y su bienestar. Había también unos pocos espíritus angelicales bondadosos.